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“La Esperanza es el sueño
del hombre despierto”

Aristóteles

Hace poco, les hablé de Laura, una señorita adolescente con una fuerza por la vida que es admirable. Hoy, les quiero contar de una señorita de la cual ni siquiera conozco su nombre.

No creo que llegue a los 20 años, pero tal vez ya sea mayor de edad (en ese caso, con capacidad para tomar decisiones, según dicen). Tremendamente flaca: se le veía el hueso de la pelvis (su descaderado, mas bien descarado, permitía constatar su delgadez). Su camiseta ombliguera, permitía que se viera el borde superior (en estos tiempos toca aclarar) de su ropa interior. Compartimos unos 15 minutos en un transmilenio hace unos días.

Lo que mas me llamó la atención no fue ni su delgadez ni su “descarado”, ni nada de eso; fue su mirada: qué cara de amargura. El ceño fruncido todo el tiempo los ojos mirando a todas partes y a ninguna, como queriendo adivinar donde se encuentra un rayo de esperanza para su vida.

Es inevitable hacerse un par de preguntas: ¿cómo darle esperanza a una chica como ella que por su edad debería estar devorándose el mundo con sus planes y proyectos? Ella, si nos dejamos guiar por las tendencias acutales, lo ha tenido todo para buscar su felicidad: libertad sexual, capacidad de decisión para estudiar una carrera (parecía ir para la Universidad), oportunidad de escoger si ser heterosexual, bisexual o lesbiana (la Alcaldía de Bogotá ya ofrece un centro de atención para la población LGBT).

Y sin embargo, a pesar de tener “todas” las posibilidades a su alcance, en su rostro se va marcando la amargura de frustraciones o desengaños. No hay que ser adivino o mago para descubrir el motivo de sus dolores: como a todos los seres humanos, el hecho de no alcanzar lo que esperaba, de no lograr por lo que ha trabajado tanto, le causa amargura.

Entonces viene la segunda pregunta: ¿Será que ese camino de “libertad” que nos venden como una alternativa (porque es una venta, porque alrededor de la vivencias sexuales se mueven rios de dinero) es la forma de alcanzar la felicidad? ¿será que una persona puede saciar su ansia de eternidad, de trascender, de ser importante, de cambiar el mundo o por lo menos su mundo, con la posibilidad de tener sexo en cualquier momento y en cualquier lugar con quien quiera?

Nuestro espíritu es eterno. Seamos o no cristianos, podemos constatar como el ser humano quiere trascender: el arte, las grandes tareas de tecnología, los proyectos de ingeniería, etc., nos lo demuestran. La lógica nos coloca sobre la mesa nuestra última pregunta: ¿de qué manera algo finito (y el placer por inmenso que sea es finito) podrá satisfacer la infinitud del espíritu?

Y mientras tanto, la amargura sigue labrando surcos cada vez mas profundos en el rostro de nuestros jóvenes. ¿A quién le interesará que los muchachos no tengan esperanza para creer en que el mundo se puede cambiar?

Meditaciones Para la Vida

Este escrito lo atribuyen a Hector Abad.

Elogio de la mujer brava

Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viragos, marimachos. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran «no más usted me avisa y yo le abro las piernas», siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo, y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan, y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan, y sólo se desnudan si les da la gana.

Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio, y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa, y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí
-y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche, y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros, y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar, y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Somos animalitos todavía, los varones machistas, y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes, y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza: nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

En pocas líneas…

  • Y la libertad de los dueños de este negocio para no ofrecer sus servicios a homosexuales no cuenta?
  • Uno de nuestros temas recurrentes: lo que nos puede enseñar un fracso para triunfar en la vida

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